El poder de la palabra

¿Somos conscientes del poder de la palabra? En el libro ‘Los Cuatro Acuerdos’ de Miguel Ruiz, el autor nos habla sobre cuatro «decretos» o «leyes vitales» para vivir una vida más sana y feliz en todos los ámbitos. El primer acuerdo -el más importante y el más difícil de cumplir según él- es: «Sé impecable con tus palabras».

La palabra es capaz de crear y destruir, de generar y modificar estados de ánimo en otras personas y en nosotros mismos. Y nosotros la usamos continuamente sin valorar el potencial que tenemos entre las manos.

¿Os habéis parado a pensar cómo usáis la palabra? ¿Qué «historias» explicáis sobre vosotros mismos a vuestros amigos o con cualquier otra persona con la que entabláis una conversación?

Yo en ocasiones percibo como me anclo en la queja según el interlocutor que tenga. Antes lo hacía con mucha más frecuencia que ahora. Empecé a darme cuenta de ello y comencé a cambiarlo.

Cuando quedaba para hacer unas cañas con una amiga, siempre acababa quejándome de mi trabajo, de mi relación, de mi frustración respecto a ciertos temas… Y acababa siempre explicando la misma historia. Ésta que yo me creo, basada totalmente en mi juicio y en mis creencias limitantes.

Las palabras tienen el poder de crear nuestra realidad

No somos conscientes de que aquello que pensamos, que aquello que tenemos sellado en nuestra mente a fuego, y aquello que, en consecuencia verbalizamos, lo seguimos perpetuando en nuestra realidad.

Yo a veces pienso en ello y trato de cambiar mi discurso. Hablar de otros temas, o tratar de darles una perspectiva diferente. Porque no podemos perpetuar un discurso «derrotista» o «victimista», ya que así nunca saldremos de ese papel. Todo lo contrario, generaremos más situaciones iguales.

¿No os habéis dado cuenta de cuánta gente no para de quejarse? Cada semana voy a un curso y una de mis compañeras siempre se está quejando de algo que le duele. Siempre. Cada vez que la veo. Un día le duele la espalda, otro la cabeza, otro se ha torcido el pie, otro tiene mal el estómago… ¡Es sorprendente! Intento decírselo, pero me resulta complicado. Con su palabra está perpetuando ese dolor. Incluyéndolo constantemente en su discurso no consigue librarse de él.

El poder de la palabra se refiere tanto a aquella que verbalizamos como a aquella que nos repetimos mentalmente. Porque sí, hablamos constantemente con personas, pero si con alguien hablamos más que con nadie es con nosotros mismos. ¿Cuál es nuestro diálogo interior? ¿Qué nos decimos? ¿Cómo nos auto-boicoteamos? Debemos ser también impecables con aquello que pensamos, con nuestros pensamientos.

Podemos educar nuestros pensamientos

No es fácil, pero los pensamientos los podemos educar y controlar, de la misma manera que podemos tratar de controlar lo que verbalizamos. Observar los pensamientos es la herramienta principal del Mindfulness. Observemos lo que pensamos, sin más. Es una de las maneras de «quitarles fuerza». Luego, ya trataremos de cambiar esos pensamientos, enfocándolos hacia otros temas, o desmontando nuestras propias creencias.

Creamos nuestra realidad a partir de la palabra. Tener claro esto nos debe ayudar a cuidar mucho más la palabra, tanto la que viaja por nuestra mente como la que trasladamos verbalmente a otra persona.

¿No os habéis dado cuenta cómo nos pueden afectar ciertos mensajes que recibimos de otras personas? Por muy sutiles que sean. No hablo ya de los insultos, que son grandes faltas de respeto. Hablo de ciertos mensajes que decimos sin conciencia y pueden herir a otras personas.

«Últimamente te veo mal», «No te enteras», «Es que eres tan patosa»… Seguro que en nuestro día a día «nos cruzamos» con mensajes de este estilo que medran nuestra potencialidad y nuestro brillo. No nos damos cuenta, pero se van quedando en nosotros.

Debemos tener cuidado especialmente con los niños, pues son esponjas. Todo aquello que les digamos se les puede quedar grabado a fuego y tendrán así una creencia limitante que les impedirá brillar en su máximo esplendor.

Sé impecable con tu palabra

Seamos impecables con las palabras. Cuidemoslas. Ensalcemos virtudes en vez de señalar defectos. Tengamos diálogos constructivos. Tratemos de juzgar a los demás lo mínimo posible. Lo sé, es complicado. Entramos en círculos viciosos con los juicios. En numerosas ocasiones nos dedicamos a «construir trajes» a las personas que nos rodean. Tenemos cierta tendencia a la burla, la crítica y a ese sentimiento de superioridad. Damos por sentado que tenemos «la razón» absoluta, o la verdad. Y en ocasiones nos afianzamos sobre ello con nuestros interlocutores, potenciando el juicio y la separación.

En otras ocasiones nos enzarzamos en discusiones sin fin en las que, llegado un punto, perdemos totalmente la conciencia de lo que decimos, y verbalizamos cosas que realmente no sentimos ni pensamos.

¿Qué palabras quedaron en vuestra mente y os hirieron? ¿Qué otras recordáis con especial cariño pues realzaban vuestras virtudes?

Tengo a varios conocidos que se sintieron heridos por palabras que algún profesor dijo de ellos públicamente mientas estudiaban. «Tú nunca llegarás a ningún lado», sería un ejemplo. O «tú no vales para esto». ¿Cuántos veces aquel tachado de «inútil» ha sorprendido a todos con sus logros? ¿Cómo lo ha logrado? Trascendiendo esas palabras, creando su propio diálogo interior y confiando en él mismo más que nadie.

Debemos ser conscientes del poder del «te quiero«, del «confía en ti«, del «cuenta conmigo«. El poder del halago sincero, de valorar a los demás.

De la misma manera, también debemos hablarnos a nosotros mismos con palabras amables. En lugar de decirnos cosas como «Es que eres tonta«, «siempre te toman el pelo» o «¡puedes aprender ya de una vez!«, dejemos de hacernos daño y hablémonos con palabras más positivas. Démonos mensajes más constructivos.

La palabra es una herramienta que podemos utilizar para crear o para destruir. ¿Qué eliges tú?

PD. Buscando información por internet tras escribir el artículo he encontrado este libro ‘PNL. El Poder de la Palabra’ de Robert Dilts. Quizás os interese.


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