padel y pareja

Hace unos meses comencé a jugar al pádel de una manera bastante intensa. Recibiendo clases semanales y jugando dos o tres partidos a la semana como mínimo.

En este tiempo me he podido dar cuenta de la similitud que tienen los deportes con la vida. De las fantásticas metáforas y aprendizajes que podemos extraer de ellos y de su práctica.

Va mucho más allá de los beneficios que nos ofrece practicar un deporte a nivel físico, para mantenernos en forma y cuidar nuestro cuerpo. El deporte nos puede enseñar muchas cosas si prestamos atención, si tomamos conciencia, si «leemos» su funcionamiento y su mensaje.

Nuestro profesor de pádel estos meses siempre nos ha insistido en que el secreto del padel está en aprender a «leer la bola». Deducir la trayectoria que va a tener para saber dónde te tienes que situar para devolverla de la manera más cómoda posible. El hecho de que en el pádel entren en juego las paredes de cristal te fuerza a tratar de adivinar cómo se moverá la bola al golpear la pared. Como en el billar con las carambolas. Hay que «estudiar» los ángulos, y la velocidad de la bola para saber desde dónde la podrás devolver. Observar es básico.

El pádel, la pareja y el hilo rojo

Por otro lado, al ser un deporte que se practica en pareja (mayoritariamente), es imprescindible tener una conexión profunda con la persona que forma parte de tu equipo. Sois dos contra dos.

Como también nos dice siempre nuestro profesor, debemos imaginar que los dos componentes de la pareja estamos unidos por un hilo rojo (sí, al escuchar por primera vez esta similitud, no pude evitar sonreír y morirme de amor al recordar la mítica leyenda del hilo rojo). Bien, pues es así. Debemos tener en cuenta siempre la posición de nuestra pareja de juego. Si ella sube a la red, debemos subir también; si se mueve a la izquierda, debemos acercarnos a ella para cubrir el hueco entre las dos. Y cuando va hacia atrás, debemos acompañarla. Debemos movernos en total sincronía.

Es decir, además de observar y leer la bola, debemos estar pendientes de los movimientos de nuestra pareja para cubrirla en todo momento. Además, debe de haber una comunicación permanente con ella. Decirle cuando llegaremos antes a la bola, tratar de aconsejarla cuando vemos que podría hacer algo mejor, darle ánimos en todo momento, aplaudirle cuándo lo hace genial y recordarle que no pasa nada cuando falla.

¿No os parece que tiene una similitud muy cercana con la pareja en la vida real? Complicidad, comunicación constante, cubrirse en todo momento, cuidarse, animarse… Observar lo que nos sucede en la vida (la bola) y tratar de responder a ello de la mejor manera posible (desde la unión, formando parte del mismo equipo, yendo a la una).

Y, evidentemente, es cosa de dos. Sí, uno puede ser algo más talentoso o ágil, pero si el otro se queda en una esquina, viéndolas pasar, el otro solo no podrá ganar. La victoria en el pádel, como en la vida, es cosa de dos. Las dos personas deben tener el mismo objetivo. Ese objetivo principalmente es disfrutar del partido (del momento) pero, si se gana (si se logra una meta) la alegría compartida es suprema.

Además, cuando todo fluye entre los dos jugadores, mútuamente se hacen mejores, se ayudan a crecer y a mejorar. Uno aprende del otro y viceversa. Se animan entre ellos y se crecen. Es mágico.

La importancia de una mentalidad ganadora

En el pádel, como en todos los deportes, es también muy importante la fortaleza mental y su confianza, que la pareja nos puede ayudar a incrementar con su apoyo incondicional.

Ayer, en una charla que daba Santos Ávila en su canal YouTube en el que compartía ‘7 CLAVES para TENER una MENTALIDAD GANADORA’ (que os recomiendo escuchar), nos recordaba que los deportistas de élite tienen muy claro que la mentalidad es más importante que la forma física. En una competición entre dos personas con una forma física similar, ganará aquella que tenga una mentalidad más fuerte. El tenista Rafa Nadal es un gran ejemplo de ello.

Ciertamente, la confianza en uno mismo es básica en los deportes. Estos meses jugando a padel lo he visto muy claro. El día que estaba «floja» emocionalmente, o cuando he jugado con alguien que me «imponía» un poco porque sentía que era mucho mejor que yo, empezaba a fallar cosas que normalmente no fallo. Cuando me pongo nerviosa y empiezo a dudar de mí, empiezo a caer en picado y pierdo un punto tras otro. En cambio, cuando me divierto y estoy cómoda en la pista, todo fluye mucho más.

Esto nos ocurre también en la vida. Cuando confiamos en nosotros todo es más fácil. Las cosas van saliendo y se van poniendo en su sitio. Pero cuando dudamos, cuando esperamos la aprobación del otro y cuando nos sentimos inseguros, todo se desmorona.

Los deportes nos pueden llegar a mostrar muchas cosas de nosotros mismos. Tanto los que se juegan en solitario, como aquellos que se juegan en pareja, o en equipo. Todos tienen su «moraleja» o su similitud con la vida. Todos nos hacen crecer y, si extraemos sus enseñanzas, nos pueden hacer mejores personas.

Hace unos días me emocionaba viendo a las jugadoras del Barça levantar la Copa de Europa. Ese sentimiento de equipo, de unión, de pertenencia y de empoderamiento que transmitían las chicas me pareció extremadamente tierno y bello.

El surf y la vida

En diciembre del año pasado, en unas de mis visitas a la playa, me encontré con unos surfistas que me inspiraron otra metáfora que compartí en instagram y que paso a reproducir:

Los surfistas esperan durante largos minutos en el mar en calma que llegue una ola para viajar sobre ella y surfearla con todo su empeño y con gran equilibrio. Les hace sentir felices ese subidón de adrenalina de una ola bien surfeada. Puede ser que se caigan, pero no cesan en su empeño porque prefieren arriesgarse por la felicidad que les aporta ese momento sobre la ola. Les vale la pena.

En la espera disfrutan del momento, en paz, con calma y, en compañía. Es curioso como el surf es un deporte solitario, pero siempre veo a los surfistas en compañía, haciendo equipo, animándose unos a otros. Disfrutando de todo el proceso: de la calma de la espera y del subidón que les regala una buena ola bien surfeada.

La vida es algo así. Debemos aprender a disfrutar de cada momento. Esperar las grandes olas que nos reportarán grandes momentos con paz interior y calma. Y si en alguna «ola» nos caemos, nos volvemos a levantar y esperamos a la siguiente con la esperanza de poderla disfrutar al máximo. Pero todo es mucho mejor si vivimos todo el proceso en buena compañía, sabiendo que tenemos cómplices a nuestro lado que comparten nuestra pasión, se alegran de nuestros éxitos y nos ayudan en caso que sea necesario. Teniendo siempre claro que debemos esforzarnos por nuestra cuenta para aprender a surfear.

Me parece maravilloso que podamos extraer aprendizajes de cada deporte. Mientras cuidamos nuestro cuerpo, alimentamos nuestra alma y calmamos nuestra mente. ¿Cuál es vuestro deporte preferido? ¿Qué os está enseñando su práctica? Me encantará leeros.


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